Les Cales d'Empúries

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"¿Enseñar más, o mejor?"

(Article publicat a La Vanguardia l' 11-10-2007)
Dos años después de la firma del Pacte Nacional per a l'Educació, aprobado con el beneplácito de patronales de enseñanza, federaciones de padres y sindicatos docentes - excepto Ustec, principal sindicato de la enseñanza pública-, se han vuelto a poner sobre la mesa aspectos que aparecen reiteradamente como motivo de reflexión: fracaso escolar, conciliación laboral, laicidad...
Si hablamos de fracaso escolar es porque el mecanismo para la transmisión de conocimientos y de valores no obtiene los resultados deseados. Se puede actuar sobre la inversión en instalaciones, la organización de los centros, el excesivo grado de interinaje del profesorado, la reducción del número de alumnos por aula, o la actualización de los planes de estudio. Eso le corresponde al Estado, a base de dotación presupuestaria. Pero ¿cuál es la aportación del alumno? ¿En qué ámbito se fomentan sus actitudes? ¿Hasta qué punto los padres han abdicado hoy de una formación de valores? Y el formador, ¿tiene hoy suficiente autoridad delegada para aparecer, ante padres y alumnos, como piedra angular del sistema? ¿Tenemos que mejorar en gestión, o en metodología? ¿Tenemos que enseñar más o tenemos que enseñar mejor?
Repasemos: la Lode establecía los requisitos a las escuelas privadas para recibir dinero público; la Logse ampliaba la educación obligatoria hasta los 16 años; la Lopag reforzaba la participación en los centros escolares; y la fallida Loce quería orientar el sistema educativo hacia los resultados.
Las leyes no nos dejan ver el bosque. Pere Carbonell, alumno de la Escuela Normal de la Generalitat republicana, dijo ya hace un tiempo en el programa Millennium, del 33: "El mejor magisterio es el testimonio". Nuestro sistema educativo no demuestra perseguir el grado de equilibrio necesario entre lo que la sociedad le pide y lo que éste le da, tanto a nivel social como económico. Al frente de la OCDE estaremos cuando estemos dispuestos no sólo a destinar a educación los niveles de porcentaje del PIB necesarios - y a asumir que la educación no es un gasto, sino una inversión-, sino a asignar responsabilidades sociales al margen de un desarrollo legislativo en el que hemos delegado en exceso. No podemos construir un gran envoltorio de leyes para acabar diciendo, como el piloto al Pequeño Príncipe, que la educación que queremos está dentro.